sábado, 12 de noviembre de 2005

El pequeño monstruo


Por fin notamos avances en la lucha contra el 'pequeño monstruo', como llama al tabaco algún libro. Está siendo un día tranquilo, con pequeños monos que se superan con tranquilidad. Es el momento de pensar que crisis más graves pueden llegar en cualquier momento.
Da igual, superada la hora del mediodía, las tentaciones han sido más pequeñas, aunque claro, es fin de semana y casi no le hemos dado oportunidad al pequeño monstruo de despertarse.
Sin embargo, sí me han llamado la atención algunos comentarios. Dice ahora que es como un 'conill' (conejo), que sale a la calle y lo huele todo, y que empieza a diferenciar sabores. "Pero si no saben igual todos los caramelos", dice.
Hemos comido fuera, y hemos pasado la prueba de compartir espacio con fumadores. "Qué asco", ha dicho cuando ha pasado un fumador a su lado mientras comía sus calamares. Supongo que eso será bueno y que después será una antitabaco extremista.
He pensado guardar los parches de nicotina, que están todo el día a la vista, entre los medicamentos. La caja está abierta, pero todos siguen intactos. Quizás lo mejor es que no estén a la vista.

1 Comments:

Anonymous Anónimo dijo...

Jo, pues me parece muy hermoso todo. Uno, que fue fumador empedernido desde que tuvo uso de razón, y que lo dejó porque no tenía sentido alguno seguir quemando dinero y salud (lo segundo, lo primero, porfa) sabe que todo es posible. Caramelos, cigarros falsos... hay que tener decisión. Todos los problemas se resuelven. También el del tabaco. Recuerdo cuando Pablo era un crío. Tan crío que era un encanto, como todos los críos vistos por sus padres (eso de la baba, eso). Me escondía las cajetillas de ducados, los cartones, todo me desaparecía del piso de la calle de Guzmán el Bueno. Unas veces, había cajetillas en el cubo de la basura. Otras... pues no sé qué hacía con los cartones (que siempre había en mi despacho). Los alimentos no tenían sabor. Los dedos se llenaban de nicotina. Respiraba mal. Y además, como decía el anuncio de la tele única y dictatorial de entonces (no menos dictatorial que la de ahoras) quemaba mi salud. Pablo consiguió que me desenganchara. Aunque más tarde volví a caer en el más absurdo de los ritos: encender un cigarro, aspirar el humo que sale de él y quemar dinero y quemar salud. Sin sentido. ¡Qué bien se respira, cada mañana, cuando no se ha fumado la víspera! ¡Qué buenos saben los alimentos, sin la nicotina que los estropea!¡Hasta el licor de manzana verde sabe diferente! Somos muchos los que hemos admitido el error. Ya no fumamos. ¡Y qué bien resulta vivir sin la presión del cigarrillo! Hasta Gerard lo dejó y dice que nunca estuvo tan bien. Era de los fumadores de siempre. Ánimo, muchachos,vencereis el mono (que es mentira, que sólo es una costumbre de tener algo entre los dedos). Y veréis la vida desde otra óptica más bonita. No estáis solos. Un beso.

12/11/05 11:11 p. m.  

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